domingo, 17 de octubre de 2010

Soy un ser humano. Soy una mujer. Pienso, respiro, me alimento, me muevo. Amo, odio, lloro, río, me mareo. Es tan extraño pensar que cada persona es un universo distinto, son ideas diferentes, mentes diferentes, cuerpos diferentes. Me gustaría que las cosas fueran más simples, que no me complicara por estupideces, que no me diera tantas vueltas en mi mente, y que mis ojos pudiesen ver las maravillas que tengo delante. Lo sé, estoy consciente, pero aún así no me doy cuenta cuando de pronto hecho todo a perder. Un simple gesto, una mirada de disgusto. Siento que hay algo que falla. Pero es algo que no se arregla. He sido cruel, he sido despistada y poco inteligente en un sin fin de cosas o situaciones. Quiero arreglar las cosas, no sé como. Quiero sonreír más. Decirle a la gente que quiero lo que siento. Lo necesito...

domingo, 10 de octubre de 2010

Los miraba con tanta extrañeza. Los veía en todas las tiendas, en todas las fiestas, en todos los cumpleaños. Iban a todos lados, tenían un auto increíble, una casa gigante, hijos hermosos. Pero ella nunca entendió su mundo. Los quiso modificar, deseó que nunca hubiesen existido. Todas sus amigas los tenían, todas sus amigas querían ser como ella: el pelo rubio, cintura pequeña, sonrisa "perfecta". ¿Por qué le era tan difícil quererlos? Al fin y al cabo, todos los amaban. Ella no, los detestaba; porque le prohibieron salir a la calle, porque todos preferían que estuviese en su cuarto jugando con ellos. Eran tan aburridos, no cambiaban de forma, no podían volar, correr o saltar. No tenían poderes ni aspiraciones. Nunca estaban tristes, y era tan aburrido manejarlos. Se sentía estúpida haciendo como que caminaban, haciendo como si realizaran tareas que hacen los humanos. De pronto se le iluminó la mente. Decidió terminar de una vez con ese martirio que le imponían sus padres. Estaba harta de ser la niña del montón. A sus 6 años, tomó todos los muñecos y muñecas que encontró, las echó a una bolsa y se fue al patio trasero. Les dijo unas palabras de repudio, que quizás nunca existieron. Sacó una botella con un líquido extraño (había visto a su padre hacer algo similar con unos papeles) y roció a toda esa inmensidad de estupidez. Encendió un fósforo y lo lanzó hacia ellos. De pronto todo se encendió. Todo fuego, todo ardiendo. Sus caras consumidas por el fuego se derretían y se volvían terroríficas. El plástico de deshacía...Todo lo que odiaba, todos los esquemas que se habían impuesto sobre ella acababan de caer. Apagó el fuego, y observó a sus nuevos juguetes. Olían a quemado, eran deformes y extraños. Eran diferentes. Eran todo lo que ella necesitaba. Sus propios esquemas y reglas, reglas que no importaba si las cumpliera o no. Ahora podía hacer lo que quisiera, las llevaría orgullosa al colegio; y al ver la cara de espanto de sus amigas, se reiría en sus caras de la hipocresía de sus pensamientos, de la estupidez de adorar algo que no existe.